domingo, 18 de noviembre de 2007

Life in Pink



La vida es como uno la vé, y más que nada, influye mucho como uno decide vivirla, sentirla...

Esta se puede tocar, saborear, observar, sentir, oler. Se vive a traves de los sentidos. A estas sensaciones a la vez, les damos un carácter más espiritual, humano.

No todo lo que tocamos es oro, pero hasta un paisaje desolado, se puede describir con tanta riqueza que en ese punto, uno termina dándole magia, belleza, autenticidad... lo convertimos en oro.

A continuación en honor a una gran persona en mi vida, les dejo un cuento escrito por él, en el cual con palabras tocó un paisaje casi abandonado, y lo hizo brillar.


Meseta, Estación y Camino


Algarrobos y chañares, pequeños matorrales, arena, piedras y el vuelo solitario, silencioso, de negros jotes de bufanda roja. Por momentos planicie eterna, monótono marco del camino que corre como un tajo indiferente, rumbo a los opuestos extremos de su infinito destino.
Sensación a nada como autóctono paisaje. Enclavada en el medio la estación de servicio, con marco de álamos en línea, medio pelados, sin bosque, solos, como a disgusto con el hombre que una vez hace mucho, clavó sus estacas y los regó con denuedo.


El edificio resiste con su silueta casi plana, chato como sus derredores, en cemento y vidrio, con el frío de líneas que quisieron ser modernas, marcado por el sol y por el viento, testigo de mejores sueños. Adentro vestido de anaqueles, donde moran algunos repuestos en cajitas de gastados colores, con sus baños sucios en el lado de afuera, como letrinas, en la vecindad de la fosa con manchas de grasa sobre los que - se adivina- fueron brillantes azulejos blancos.


Con sus vahos de sustancias oleosas cuando el viento las deja, sus surtidores herrumbrados, algo torcidos y medio desarmados, la mitad al aire y el resto bajo el voladizo, con sus números de cinta, cansados de girar marcando el precio de seguir de largo.


En el campito anexo los juegos de niños, pero sin ellos. Hechos de cubiertas medio enterradas, pintadas de colores vivos, ahora ajados, simulando círculos e hileras al voleo, con su columpio doble de cadenas y asiento de pedazos de goma.


Y los banderines, en mástiles perpetuos, de rotas formas triangulares, deshechos por el viento, que con sordo sonido, con calor o con frío, silente testigo de miradas amantes, de imposibles esperanzas, es dueño final del desolado paisaje, asolando el desierto con brutal desparpajo.
Y la ruta que pasa, y no se detiene, sin horizonte, sin lejanas siluetas que den forma al ocaso, con esa poca gente, de liviandad increíble, que indaga mirando a efímeros viajeros, anhelando sus mundos que – imaginan- son como sus sueños.


Meseta patagónica, abril de 2001.


Cuento Meseta, estación y camino: Alejandro Saralegui.
Arte de tapa: Romina Pais.